"-Es decir que usted ahora es mi esclavo, pero sin ilusiones, y yo lo habré de pisotear por ese motivo sin la menor piedad.
-¡Señora!
-¿No
me conoce todavía? Sí, soy cruel (dado que usted encuentra tanto placer
en esta palabra), ¿y acaso no tengo derecho? El hombre es el que
codicia, la mujer es la codiciada. Éste es todo el privilegio de la
mujer y su bien más preciado. La naturaleza le ha entregado al hombre,
que sufre por su apasionamiento. Y la mujer que no comprenda que puede
hacer de él su súbdito, su esclavo, inclusive el juguete de sus
pasiones, para reirse de él traicionándolo, esa mujer es una estúpida.
- Sus principios, mi querida... -exclamé completamente desarmado.
-
Mis principios se basan en una experiencia de milenios -me respondió la
señora con desdén, mientras sus dedos blancos jugaban con el pelaje
oscuro que la recubría- y cuanto más entregada se muestre la mujer,
tanto más rápido el hombre se pondrá serio y dominador. Por el
contrario, cuanto más febrilmente ella juegue con él, cuanta menos
piedad le haga sentir, tanto más lubricidad se despertará en el alma
masculina. Sólo así él habrá de amarla y adorarla. Así sucedió en todos
los tiempos, desde Elena a Dalila, desde Catalina II a Lola Montez.
-No
puedo negarlo -le dije-. No existe para el hombre nada que lo excite
más que la imagen de una bella mujer despótica en toda su sensualidad y
crueldad, que vaya cambiando de favoritos de modo arrogante y según el
capricho más arbitrario..."